Por motivos profesionales tengo la oportunidad de trabajar con abogados, incluso uno de mis mejores amigos (por no decir mi-mejor-amigo) es abogado. La costumbre ha hecho que sin tener - como ellos - formación jurídica específica mi carácter evolucionara y haya terminado razonando como un abogado.
Cuando los abogados se consultan asuntos entre ellos, para estar en sintonía con su compañero (y de forma natural), ante cualquier petición de opinión profesional, su primera pregunta siempre es “¿quién es tu cliente?”
No he sido consciente del “hecho diferencial” – si se me permite del ADN distinto - que supone ser abogado hasta que mi amigo – el abogado - me ha enviado un artículo que enlaza ambas profesiones, la de abogado con la de gerente de empresas.
Aura Soria citando a David Maister, gurú en cuestiones de gestión empresarial (management), comenta en un artículo para la revista Economist & Jurist titulado ”Caso excepcional de gerencia: Los Despachos de Abogados” los comentarios de Maister en el número de abril de la revista “The American Lawyer” se puede consultar - en inglés - aquí.
Como señalan los artículos las cualidades que llevan a la excelencia a un abogado son las mismas que dificultan su relación con el mundo-no-jurídico:
- Desconfían de otros abogados e incluso de sus propios colaboradores: ya sean otros abogados, peritos, procuradores...
- Tienen dificultad para mantener ideologías, valores y principios como el trabajo en equipo o la política del despacho ya que son – por definición –independientes.
- Necesariamente muestran falta de apasionamiento y carencia de emociones y/o sentimientos: Necesitan alejarse en el tiempo y el espacio para afrontar el problema con ciertas garantías.
- Crítica cualquier idea por buena que sea puesto que lo llevan en la sangre.
Por lo que podemos concluir que en su virtud está su penitencia, y el modo de conducirse resulta eficiente porque es común a todos los abogados y no es ni bueno ni malo tan sólo es “característico” de la profesión.
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